Casona Hidalga
Soplo de eternidades estremece el recinto
donde en vano la injuria de las décadas medra.
De la hazañosa estirpe todo el viril sucinto
se anima en memoriosos testimonios de piedra.
Allí el frondoso abuelo—feraz tronco robusto—
escucha el solo elogio que a su grandeza cuadre
y que prolonga en ecos la voz del Genio augusto:
—“Ya muerto el mío, hubiéralo escogido por padre.”
Y el roble primogénito de perfil numismático
—cegada la pupila y el pensamiento absorto—
decora con su porte, que evoca un mármol ático,
la Patria trina y una que declinó en el orto.
Y un claro signo—el mismo que marcara su norte—
allí a gemelas almas igual destino augura:
brilla en la empuñadura del espadín de Corte,
y sobre el pecho férvido del Prelado, fulgura.
Y allí el adalid ínclito, par del trueno y del rayo
que del Puracé nieves y fuego oculto muestra:
calla en la noche triste, bajo la cruz de mayo
o ruge con el rayo de Junín en la diestra.
Jamás provectos muros, más recios que el basalto,
desafiaron del tiempo la criba y el insulto:
ante ellos—que una raza prócer veda al asalto—
Pueden romper impávidos los siglos su tumulto.
donde en vano la injuria de las décadas medra.
De la hazañosa estirpe todo el viril sucinto
se anima en memoriosos testimonios de piedra.
Allí el frondoso abuelo—feraz tronco robusto—
escucha el solo elogio que a su grandeza cuadre
y que prolonga en ecos la voz del Genio augusto:
—“Ya muerto el mío, hubiéralo escogido por padre.”
Y el roble primogénito de perfil numismático
—cegada la pupila y el pensamiento absorto—
decora con su porte, que evoca un mármol ático,
la Patria trina y una que declinó en el orto.
Y un claro signo—el mismo que marcara su norte—
allí a gemelas almas igual destino augura:
brilla en la empuñadura del espadín de Corte,
y sobre el pecho férvido del Prelado, fulgura.
Y allí el adalid ínclito, par del trueno y del rayo
que del Puracé nieves y fuego oculto muestra:
calla en la noche triste, bajo la cruz de mayo
o ruge con el rayo de Junín en la diestra.
Jamás provectos muros, más recios que el basalto,
desafiaron del tiempo la criba y el insulto:
ante ellos—que una raza prócer veda al asalto—
Pueden romper impávidos los siglos su tumulto.
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