Mi Saint-Denis

C ARIÁTIDES enormes, de testas milenarias,
soportan en sus nucas la cripta medieval
que guarda las yacentes estatuas funerarias
de monjes y adalides de gran cepa real.

Alli por siempre moran las viejas canonesas,
al lado el firme báculo y al pecho el áurea cruz,
los áulicos primados, las graves doctoresas,
espectadores mudos de la perenne luz.

Alli sus palmas juntan, en actitud de ruego,
Wilfredo, el rey velludo; Guido, alma de leon;
Raúl, el de la roja cimera y negro escudo,
con lises en un campo de gules por blasón.

En ángulo quieto que tenue sombra vela,
tendida, con un perro custodio echado al pie,
serena, casta, inmóvil, está Lady Arabela:
la reina de las trenzas azules de Thulé.

Los mausoleos posan sus moles veteadas
en míticas quimeras, bicornes y uni-aladas,
de arborescentes colas y de ademán flemático,
que escrutan el silencio poblado de pavuras
y clavan en las hoscas y arcaicas esculturas
el dardo de su ojo tranquilo y enigmático.

En las paredes se abren los nichos ojivales
donde, a los besos leyes de occidua luz solar
que llueve polen de oro de todos los vitrales,
exhiben los doctores su túnica talar.

San Agustín, flagelo del monstruo maniqueo,
medita en el abismo de la honda Trinidad;
San Pablo, el fiero apóstol, escribe a Timoteo
preceptos ecuménicos de vida y de verdad;

Jerónimo, el adusto doctor, el eremita
de cuerpo esqueletoso, de gran calva senil,
en su caverna brava, junto a la cruz, medita,
forjando su potente dialéctica sutil;

y Magdalena gime a solas con punzantes
dolores: su cabello rizado y blondo cae
sobre sus senos breves, agudos y distantes,
cuyos pezones fingen dos flores rozagantes
en el trigal de oro que el viento lleva y trae.

El domo, excelso amparo de idealidades místicas,
adonde, en asunciones de amor, las preces van,
ostenta entre sus gajos las armas cabalísticas
de Lucas, de Mateo, de Marcos y de Juan.

Los cuatro, en hondos éxtasis, en actitud arcana,
parece que contemplan la esencia soberana
del Logos, hecho carne de befa y de baldón,
y en sus arrobamientos y en su actitud de artistas,
fingen un quator lírico de bardos simbolistas,
que riman los rumores polífonos de Sión.

Cuando la noche llega, velando el hemisferio
del domo con sus gasas de pompa sideral,
las gárgolas, licornios y trasgos del misterio
penetran a la cripta volando en espiral.

Despiertan a los santos doctores en sus frías
moradas de reposo, galvanizando van
los áridos cadáveres, y en lentas teorías
entonan el trisagio tremendo de Isaías,
al isócrono y vago compás de un ademán.
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