Al Campo
Al campo libre a renovar tu savia
corre cuanto antes, agotado enfermo,
dejando el artificio que te roe,
a rehacer lo que está en ti deshecho;
a purgar con la brisa soleada,
tanta broza de pútridos deseos;
al campo corre a retemplar tu fibra
y allí, en su fuente, a refrescar tu aliento.
Vete a empapar tu lánguida tristeza
en la quietud sedante en que está envuelto,
vete a bañar tu voluntad herida,
en la calma que llueve desde el cielo.
Y como el niño presa de la fiebre
al recojerse en el amante pecho
gusta el tranquilo ritmo palpitante
del cariñoso corazón materno,
el ritmo gustarás de la natura
mientras te ofrece próvido su seno
néctar espiritual dulce y sabroso,
bálsamo suave para el pobre enfermo.
Te enseñará resignación activa
en su regazo, con amantes besos,
besos de brisa en que las plantas toman
fuerzas para esperar la obra del cielo;
para esperar la gracia de la lluvia
y al sol que se reparte justiciero,
mientras jugos de vida bajo tierra
buscan las raíces con tenaz empeño.
Aprenderás en su callada escuela
sencillos goces de artificio exentos
para ser refinados, harto puros,
bebidos de su amor en el secreto.
Al manantial de la salud perdida
al campo corre, bajo el cielo abierto,
a purgarte de especias incitantes
que en tus hechizos te mantienen preso,
con suave leche de cuajada nata,
de tomillo aromada con el dejo,
que esos ardores de ciudad te temple
y resucite tu vital esfuerzo.
Pronto su acción, como de filtro mágico,
en dulce siesta postrará tu cuerpo,
y reposando bajo grave encina,
la blanda brisa arrullará tu sueño.
Y al despertar con soñolienta pausa,
niño que duerme de la madre al pecho,
cual espumosa leche nutritiya
templará de tu espíritu el anhelo,
de la campiña la visión serena
que nos revela nuestro hogar eterno.
Reclinado en la Madre Tierra entonces,
con el cansado corazón despierto,
sume y ahinca tu atención ansiosa
de su hermosura en el fecundo seno
y a su ritmo cordial, compás de vida,
deja latir en paz tu pensamiento.
corre cuanto antes, agotado enfermo,
dejando el artificio que te roe,
a rehacer lo que está en ti deshecho;
a purgar con la brisa soleada,
tanta broza de pútridos deseos;
al campo corre a retemplar tu fibra
y allí, en su fuente, a refrescar tu aliento.
Vete a empapar tu lánguida tristeza
en la quietud sedante en que está envuelto,
vete a bañar tu voluntad herida,
en la calma que llueve desde el cielo.
Y como el niño presa de la fiebre
al recojerse en el amante pecho
gusta el tranquilo ritmo palpitante
del cariñoso corazón materno,
el ritmo gustarás de la natura
mientras te ofrece próvido su seno
néctar espiritual dulce y sabroso,
bálsamo suave para el pobre enfermo.
Te enseñará resignación activa
en su regazo, con amantes besos,
besos de brisa en que las plantas toman
fuerzas para esperar la obra del cielo;
para esperar la gracia de la lluvia
y al sol que se reparte justiciero,
mientras jugos de vida bajo tierra
buscan las raíces con tenaz empeño.
Aprenderás en su callada escuela
sencillos goces de artificio exentos
para ser refinados, harto puros,
bebidos de su amor en el secreto.
Al manantial de la salud perdida
al campo corre, bajo el cielo abierto,
a purgarte de especias incitantes
que en tus hechizos te mantienen preso,
con suave leche de cuajada nata,
de tomillo aromada con el dejo,
que esos ardores de ciudad te temple
y resucite tu vital esfuerzo.
Pronto su acción, como de filtro mágico,
en dulce siesta postrará tu cuerpo,
y reposando bajo grave encina,
la blanda brisa arrullará tu sueño.
Y al despertar con soñolienta pausa,
niño que duerme de la madre al pecho,
cual espumosa leche nutritiya
templará de tu espíritu el anhelo,
de la campiña la visión serena
que nos revela nuestro hogar eterno.
Reclinado en la Madre Tierra entonces,
con el cansado corazón despierto,
sume y ahinca tu atención ansiosa
de su hermosura en el fecundo seno
y a su ritmo cordial, compás de vida,
deja latir en paz tu pensamiento.
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