Cristo de Velazquez, El; Primera Parte - Part 9 Sangre

Blanco Cristo que diste por nosotros
toda tu sangre, Cristo desangrado
que el jugo de tus venas todo diste
por nuestra rancia sangre emponzoñada;
lago en seco, esclarece tus blancuras
ese río de sangre que a tus plantas
riega el valle de lágrimas. La sangre
que esparciste en perdón es la que enciende,
donde su fuente fue, tu eterna lumbre;
la sangre que nos diste es la que deja,
pan candeal, tu cuerpo blanco Sangre;
roja tu sangre como luz cernida
por panes—pétalos—del oro dulce
nunca roñada flor de los redaños
de la tierra en un tiempo incandescente.
¡Sangre! ¡Sangre! Por Ti, Cristo, es la sangre
vino en que ante la sed fiera del alma
se estruja el universo. Los racimos
de estrellas temblorosas que colgando
de la celeste bóveda—la parra
que del eterno sol a nuestra tierra
guarda que no la escalde—esos racimos
de estrellas ¿qué destilan sino sangre?
¡Qué es su luz sino sangre que se enciende
con el amor? La sangre en que la vida
de la carne nos guarda, nos redime;
ni da fruto el amor sin sangre. Blanco
quedaste al agotarla a fondo, entera;
como el pan candeal blanco tu cuerpo,
blanco como la luna desangrada
que blanca y fría en torno de la tierra
lleva la antorcha del amor constante
por la noche del mundo. Toda sangre
se hizo la luna. Tú, Hijo del hombre,
fuiste de nuestra sangre, y por nosotros
vertiste toda y con el mar cubriste
de tu sangre a los hombres. Tú, cordero
de la sangre de amor siempre sin merma
restañaste con esa sangre roja
la mancha del pecado—la conciencia
del mal obrar que hace remordimiento—
y nos dejas marchar quitos del peso
que al corazón nuestra cabeza abruma.
¡Oh Cristo del perdón! Tú nos perdonas
aun antes de pecar, y así vivimos
libres del torbellino que a la sima
de perdición conduce. Tú perdonas
al hombre que no sabe lo que se hace,
¡perdón es tu lechosa luz lunar!
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