Fernanda Heredia

¡ Cuántos no olvidarán rudos enojos,
Proyectos de ambición, vano renombre,
Y dulce llanto inundará sus ojos
Al pronunciar su inolvidable nombre!
¡Y cuántas compañeras de Destierro
No sentirán con emoción sincera
El siete de Diciembre un pobre entierro
Haber visto salir de la TERCERA!
Una mezcla de pena y alborozo,
De terreno dolor y de festejo;
Un contraste de lágrimas y gozo
Se observaba reinar en el cortejo.
Lo formaban algunos: los testigos
De esa existencia dedicada al cielo,
Sacerdotes, señoras y mendigos
Hablando de ella con piadoso anhelo,
Las campanas sonoras no doblaban;
Con ruidosos repiques de alegría
Yá la víspera amada celebraban
De la fiesta gloriosa de María;
Y al oírlas, del carro funerario
Hicieron detener el paso lento,
Y á rezar empezaron el Rosario
Con rostro grave y fervoroso acento:
«¡ Oh Madre del Señor, dulce María!
Bendecida entre todas las mujeres,
Del cristiano la paz y la alegría,
Llena de gracias infinitas eres!
«¡Enternecido el pecador te llama
Su refugio eficaz en este mundo!
¡Consoladora el triste te proclama!
¡ Y nombrándote espira el moribundo!
«Tú sola calmas el constante anhelo
Del desterrado que á tus pies se humilla,
Al ver partir á los demás al cielo
Mientras él queda en la terrena orilla...»
PARNASO COLOMBIANO
Colección de poesías escogidas
Por JULIO AÑEZYá llegaron al triste cementerio,
Aquel lugar donde reposan tántos
Que libres del humano cautiverio
Bendicen al Señor entre los santos.
Depositan el féretro en el suelo,
Ábrenlo...acude en su redor la gente;
Y al contemplarla así no halla consuelo
Para su justa pena el indigente!
Entretejidas y nevadas flores
Se ven lucir sobre la frente pura
De la que nunca quiso otros honores
Que el cáliz de Jesús con su amargura
Y éstas quisieran repartirse varios
Que, cual si yá canonizada fuera,
Crucifijos, medallas y rosarios
Tocan al cuerpo con piedad sincera.
Es por última vez, pobres mendigos!
Porque cavada está la humilde fosa
Do tendrán que dejarla sus amigos
Sin inscripciones ni marmórea losa...
Y vuestro llanto derramáis en vano:
Él no puede dar vida á sus despojos,
Ni calentar su generosa mano,
Ni abrir de nuevo sus cansados ojos!
Del sacerdote se oyen los acentos.
Que el Requiem nó, sino el Te Deum entonan,
Y á la tierra, por fin, entre lamentos
Y sollozos, el féretro abandonan!
Un instante después se ha dispersado
El concurso, y ha lodo concluido!
En redor de la cruz sólo ha quedado
De mujeres un grupo enternecido.
El sol con sus magníficos reflejos
El vasto grupo de sepulcros baña,
Y en vívido carmín tiñe á lo lejos
Las praderas, al pie de la montaña.
El perfumado céfiro del cielo
Viene á besar la cruz serena y grave,
Y en el espacio azul tiende su vuelo
Con majestuosa lentitud el ave...
¡ Pero ellas nada ven! que su memoria
Se ocupa de evocar embebecida
La dulce imagen y la santa historia
De la que fué su compañera en vida.
Y de la tumba al fin, puestas de hinojos
En aquella mansión de luto y penas,
Están mirando desfilar sus ojos
En diverso lugar otras escenas.II
Espectáculo triste y lastimero
Para el humano corazón presenta
La morada infeliz do el. prisionero
Sus largas horas de amargura cuenta.
En desorden se ven aglomerados,
Sin distinción de edades ni de nombres,
Los que fueron ayer afortunados
Y hoy son rebeldes y cautivos hombres.
Entre sus dos enflaquecidas manos
Ocultan unos la abatida frente,
Cansados de exhalar suspiros vanos,
O de clamar por la familia ausente.
De su suerte fatal muchos reniegan,
Con más ira quizá que desconsuelo,
Y otros con naipes y con dados juegan,
Y disputan y luchan en el suelo.
Y entre todos, los más desventurados,
Que lo indican así con sus sollozos,
Son aquellos del hambre atormentados
En sus fríos y oscuros calabozos,
Donde se oye con lástima el sonido
De sus débiles ayes sempiternos
Que á esa triste mansión han convertido
En imagen fatal de los infiernos!
Mas suspenden los presos su reyerta,
Se asegura la paz en un momento,
Al entreabrirse la pesada puerta
Y oírse afuera el conocido acento
De una mujer cuyo exterior no alarma
Ni al centinela que á su entrada mora,
Quien le presenta con respeto el arma,
Diciendo con placer :—“¡Entrad, señora!”
¡Oh! con cuánta alegría en ese instante
La ven de nuevo y la circundan todos!
Ilumina el placer cada semblante
Y lo demuestran de diversos modos 1
Lo que es, por cierto, inexplicable cosa,
Pues ante esa mujer pobre y sencilla
Que no es rica, ni es joven, ni es hermosa,
¿ Qué puede producir tal maravilla ?...
¿Y hacer que aquella endurecida gente
Que por nadie jamás tuvo respeto,
Doble á su paso la altanera frente ?...
De adivinarse es fácil el secreto.
Vedla pasar con aire enternecido
Del uno al otro en su piadoso anhelo,
Para dar esperanza al abatido
Y al desgraciado celestial consueloPara calmar con su mirada pura
El enojo de tántos turbulentos,
Mitigar de los unos la amargura,
Repartir á los otros alimentos!
Y ese pan que les da con alegría,
Que con hambre voraz han recibido,
El mismo fué que para sí tenía!
No le queda yá más...pero han comido!
¡ Qué le importa su propio sufrimiento,
Si puede disipar otras angustias
Y borrar un instante el descontento
De aquellas frentes pálidas y mustias!
La santa caridad cuya influencia
Doquiera lleva el corazón cristiano,
La acompaña, y consigue su presencia
Lo que ensaya el castigo siempre en vano;
Pues con sorpresa el carcelero escucha
Que las quejas se vuelven bendiciones,
Y que reemplaza á la pasada lucha
El rumor de fervientes oraciones.
Y ¿ quién es la mujer desconocida
Que del cautivo la aflicción remedia
Con tánta caridad ?...En ésta vida
Llevaba el nombre de Fernanda Heredia!
III
Desparece la cárcel á la vista
De las que inclinan con amor la frente
Sobre la humilde fosa, y las contrista
Otra vez una escena diferente.
En un oscuro callejón estrecho
Que del sol esplendente nunca goza,
Arruinada se ve, casi sin techo,
Una pequeña y miserable choza.
Detenerse en la puerta nadie puede
Aun cuando abierta sin cesar la mira,
Pues aquel que lo intenta retrocede
Por el infecto olor que allí respira.
Al aposento claridad dudosa
Entra, y alumbra en el desnudo suelo
Un sér humano...una infeliz leprosa!
Aunque no abandonada y sin consuelo.
Sin consuelo no está; que ve delante
De un crucifijo los abiertos brazos
Al que implorar parece agonizante
Que rompa aprisa sus terrenos lazos!Y manifiestan desgajadas flores
Y el aroma de incienso perfumado,
Que, hace poco, el Señor de los señores
En esa estancia miserable ha entrado!
Ni abandonada está con amargura,
Porque mira á su lado en ese día
Una mujer que limpia con ternura
De su frente el sudor de la agonía;
Que no se aparta del doliente lecho
Donde la ajena desventura llora,
Reclinándola allí contra su pecho
Con dulcísima voz consoladora.
“Ten paciencia (le dice en ese instante),
Que ya la muerte suspirada llega,
Y con ella tu Dios, tu Padre amante
Que nunca el cielo al desgraciado niega!
“i Oh! contémpla el madero sacrosanto
Donde murió por ti el divino esposo!
El que por ti sufrió duro quebranto!
El que por ti llamaron “ ¡el leproso!”
“Y que su nombre invoca con acento
Desfallecido el labio moribundo...
Alma ,cristiana, escucha el llamamiento
Que Él mismo te hace, y abandona el mundo!»
Yá después de ese grito fervoroso
Se restablece en derredor la calma:
Reina el silencio mudo y pavoroso
Mientras que juzga Jesucristo el alma!
Y la santa mujer, puesta de hinojos
Porque allí sabe que el Eterno baja,
Inundados de lágrimas los ojos
Con respeto al cadáver amortaja.
ElIa y sólo ella á la infeliz servía
En su vida mortal, con gran constancia,
Besando con amor su mano fría,
Venciendo, por Jesús, su repugnancia!
Y ella auxilió sus últimos momentos
Y preparó su corazón llagado
A recibir los santos Sacramentos
Y aposentar al Dios crucificado !...
¡ Oh! ¿ quién es la mujer que así convierte
En dicha celestial esa tragedia?
¿ Que transfigura y vence hasta la muerte?
Llevaba el nombre de Fernanda Heredia!IV
Fernanda Heredia, sí! La imagen era
De santa caridad y de dulzura,
Como también amiga y compañera
De infancia y juventud y edad madura.
A cuántos pobres é ignorantes niños
Ella enseñó la religión sagrada,
Sin más premio y mejor que sus cariños,
Sin otra reprensión que una mirada!
De los cerros por la áspera pendiente
Cuántas veces subió, sin una queja,
Para llamar con expresión ferviente
Del humano redil alguna oveja
Descarriada; y con santo regocijo
(Queriendo minorar su desconsuelo)
Con una mano darle el crucifijo,
Mientras con otra le mostraba el cielo!
Con ojos bajos é inclinada frente
Cuántas veces la vimos dando ejemplo
De celo activo, de piedad ardiente,
De profunda humildad : llevando al templo
Bajo el manto pobrísimo y usado,
Ya candelabros de pesado bronce,
O ya el mantel con que al altar sagrado
Piadosamente engalanaba entonce!
Promoviendo de Dios el santo culto,
Socorriendo á los pobres donde quiera,
«Pasaba haciendo el bien,» mas siempre oculto;
Pues del ruido y la lengua lisonjera
Tan enemiga fué, que no ha quedado
Sino vaga memoria bendecida
De tánto bien; aunque estará grabado
En las fojas del libro de la Vida,
Cual justo galardón de su existencia,
De sus virtudes y cristiana suerte
De su austera y oculta penitencia,
De su apacible y meritoria muerte!
V
Fernanda, adiós! —Sobre la verde grama
Del cementerio silencioso y santo
Una lluvia monótona derrama
Desde hace rato su copioso llanto.
Se ha oscurecido el esplendente cielo:
No luce yá sobre los altos montes
El sol, y envueltos en espeso velo
A lo lejos se ven los horizontes.El viento entre las bóvedas retumba,
Como haciendo compás al aguacero,
Y en tu ignorada y solitaria tumba
Sólo se oye su acento lastimero.
Te dejaron yá todos...Mas ¿qué importa,
Si tan sólo tu cuerpo está en el suelo?
Toda existencia terrenal es corta,
Pero tu alma inmortal está en el cielo!
Ruega allá por nosotros! Que alcancemos
También tu dulce y bendecida suerte;
Que sirvamos á Dios y que le amemos,
Y Él con tu vida nos dará tu muerte!

Rate this poem: 

Reviews

No reviews yet.