Muerte De Lindoya

Terror helado corre por las venas
de Caitutú, quien deja ahí a los suyos;
y a la hermana en la umbría de los árboles
va buscando, temblando de encontrarla.
Entran por fin en la honda y escondida
parte del viejo bosque, oscuro y negro,
donde al pie de una roca cavernosa,
cubre una ronca fuente murmurante,
ramada de jazmines y de rosas.
Este lugar tan triste y delicioso,
cansada de vivir, escogería
para morir la mísera Lindoya.
Reclinada allí, como que dormía
en las mimosas flores y en el césped;
las manos en el rostro y en el tronco
de un fúnebre ciprés que desparcía
melancólica sombra. Mas, cercano
descubren que enredándose en su cuerpo
verde sierpe en paseándola le ciñe
garganta y brazos y le lame el seno.
Huyen al verla así sobresaltados
y paran con temor a la distancia;
que no se atreven a llamarla, y temen
que despierte asustada e irrite al monstruo
y huya y aprese en el huir la muerte.
El diestro Caitutú, sin más demora,
pues tiembla ante el peligro de la hermana,
tensó el arco, y quiso, por tres veces,
lanzar el dardo, y vaciló tres veces
entre temor y furia. Al fin crujió
el arco revolando aguda flecha,
que alcanza el pecho de Lindoya y hiere
la testa de la sierpe y boca y dientes
clavados deja en el vecino tronco.
Fustiga el campo con ligera cola
El monstruo airado y con tortuosos giros
se enrosca en el ciprés y vierte envuelto
en negra sangre el lívido veneno.
En brazos alza a la infeliz Lindoya
el hermano infeliz y al despertarla
siente ¡con qué doIor! en la faz fría
los signos del veneno, viendo herido
por el diente sutil el blanco pecho.
Los ojos, en que Amor reinaba un día,
llenos de muerte; y muda aquella lengua,
que al viento tantas veces y a los ecos
contó la larga historia de sus males.
Caitutu no derrama triste llanto
mas rompe en profundísimos suspiros, l
al leer en entrada de la gruta
por su mano ya trémula grabado
crimen ajeno y muerte voluntaria,
y por todos los sitios repetido
el suspirado nombre de Cacambo.
Aún conserva el pálido semblante
un no sé qué de lastimado y triste
que a duros corazones enternece.
¡Tan bella fue la muerte entre su rostro!

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