Naufragio, El

Dividiendo las olas orgullosa,
el ancho lino desplegada al viento
y dócil al timón, la nave altiva
miraba cerca el anhelado puerto.
Destacando la esbelta, arboladura
de la neblina sobre el fondo denso,
una inmensa gaviota parecía
el mar rozando en caprichoso vuelo.
Ya traspuesta la barra peligrosa,
el timonel se descuidó, inexperto;
chocó la quilla con oculto escollo,
torcó su rumbo y se inclinó ante el viento.
Golpe tras golpe, las revueltas olas
destrozan los rendidos masteleros,
¡ellas, que iban el cortante casco
como lebreles dóciles lamiendo!
Esa es tu imagen, sociedad; te humillas
al que te lanza su orgulloso reto,
y al que te implora, sin piedad, cobarde,
le hieres en el rostro y en el pecho.
Que no despierte mi desgracia nunca
el maligno gozar de los pequeños:
si escrito está que mi bajel naufrague,
¡húndalo Dios del océano en medio!
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